Este artículo explora las actitudes antipartidistas de los ciudadanos, un supuesto rasgo de las democracias occidentales tan frecuentemente aducido como escasamente estudiado. En el análisis empírico de cuatro países del sur de Europa hemos encontrado que las orientaciones antipartidistas presentan dos dimensiones. Una de ellas, a la que hemos llamado antipartidismo «reactivo», parece cambiar en respuesta a circunstancias políticas coyunturales. La otra dimensión, denominada antipartidismo «cultural», ...
Este artículo explora las actitudes antipartidistas de los ciudadanos, un supuesto rasgo de las democracias occidentales tan frecuentemente aducido como escasamente estudiado. En el análisis empírico de cuatro países del sur de Europa hemos encontrado que las orientaciones antipartidistas presentan dos dimensiones. Una de ellas, a la que hemos llamado antipartidismo «reactivo», parece cambiar en respuesta a circunstancias políticas coyunturales. La otra dimensión, denominada antipartidismo «cultural», está caracterizada por su estabilidad y su vinculación con bajos niveles educativos y cotas reducidas de información política. Y mientras que el antipartidismo reactivo no tiene implicaciones actitudinales o participativas significativas, el cultural parece formar parte de un síndrome más amplio de desafección política.
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