Si en algún ámbito encontramos disociación entre la carga social que supone la
enfermedad y la escasa priorización que merece su abordaje en materia de
financiación es la salud mental. En este texto exploraremos esta dicotomía, sus causas
y posibles alternativas desde el análisis de la Economía de la Salud.
En efecto, la carga que suponen los problemas de salud mental en nuestro país, al igual
que en la mayoría de países del mundo desarrollado tiene sus raíces en el coste de los
tratamientos ...
Si en algún ámbito encontramos disociación entre la carga social que supone la
enfermedad y la escasa priorización que merece su abordaje en materia de
financiación es la salud mental. En este texto exploraremos esta dicotomía, sus causas
y posibles alternativas desde el análisis de la Economía de la Salud.
En efecto, la carga que suponen los problemas de salud mental en nuestro país, al igual
que en la mayoría de países del mundo desarrollado tiene sus raíces en el coste de los
tratamientos (el menor de sus factores), las consecuencias ligadas a su mayor
cronicidad –que van desde las recaídas al suicidio-, a los efectos indirectos en costes
no médicos –ocupabilidad menor, baja productividad, absentismo laboral- y por
encima de los costes, la erosión en el bienestar de los propios individuos
(discapacidades), de sus familias (calidad de vida) y de la comunidad en general
(inseguridad).
Su cuantificación económica en general muestra unas cifras que superan los dos
puntos del PIB y un gasto que supera por muy poco el 5% del gasto sanitario público.
No me entretendré ahora a justificar estos u otros datos, en detalle de bibliografía
anotada ya importante. Pero sí conviene destacar que pese a los múltiples problemas
asociados a la salud mental, la apariencia es que la política sanitaria no le presta la
atención debida.
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